jueves, 11 de noviembre de 2010

Las mejores recetas de la imaginación


Excursión a Torrelles del Llobregat 2010
Unos diez años atrás habría encontrado la mejor forma de ser feliz, la más sencilla, con apenas unas hojas caídas y un poco de tierra. Imaginando, siempre imaginando, que todo ello se convertía en algo más. Mis pensamientos realmente se concentraban en la magnífica tarea que suponía machacar con unas buenas piedras, las mejores herramientas de uso, algunas plantas y frutos del bosque. Y si llegaba hasta el final, lo podía decorar celosamente como si fuera un exquisito plato listo para degustar. Contenta, orgullosa y satisfecha le hubiera enseñado a mis mayores el resultado final de mi obra  como un trofeo sin igual y, acto seguido, lo habría destruido sin ningún reparo. Y no hubiera quedado más que las manchas de clorofila en mis pantalones de algodón como prueba caduca de mi creación.

 











Patricia Djembé

La esencia de lo puro


Cocó
Etapa I

Al abuelo Ernesto se le caía la babita cada vez que su nieta bailaba con él al son de las guarachas. Tiene bien grabado en su corazón que los primeros impulsos de la niña para querer caminar se dieron gracias al ritmo de los bongos y las batás. La muy pícara ya tenía buen oído para la música ygracia, y ritmo para bailar.
Tres años estuvo gozando su abuelo de criar a Cocó, estaba tan orgulloso y enamorado de su nieta que el muy granuja presumía con ella delante de las mujeres de su edad cuando se sentaba con ellas  a disfrutar de la tertulia del ocaso. Era la mejor hora para los más mayores, cuando la brisa de la tarde y la música que se colaba por los balcones les traía a la memoria viejos y gratificantes recuerdos. El tiempo de la vida parecía cesar sólo para ellos.   
Su preciosa Cocó le tenía encandilado, todas las tardes se la llevaba a pasear por las concurridas calles de La Habana, a veces incluso se la llevaba a escondidas a sus reuniones de santería con la intención de que a la niña se le llenara el alma de la energía Ashé de Olodumare, el Dios Universal. El abuelo tenía la firme creencia que las bendiciones y las oraciones que le dedicaba servirían para que los orishás nunca abandonaran el espíritu de su mulata. Eso sí, nada de esto podía contarle a los padres de Cocó, tenía bien claro que el blanquito español le prohibiría cuidar a su hija si se enteraba que le hacía participar de esos “rituales vudú” como él los llamaba. Ese Pedro era buen hombre y el abuelo Ernesto sabía reconocer que estaba cuidando muy bien de su familia. Pero le detestaba. Veía algo sospechoso en ese blanquito español que aparecía y desaparecía durante largas temporadas a su antojo. Se llevaban mal de mutuo acuerdo, sobre todo cuando él estaba en casa. Si el abuelo llegaba tarde con Cocó el jaleo que se montaba llegaba a oídos de toda la comunidad.
Pero de eso poco se acordaba ya la niña. Cuando su padre dejó de viajar a Cuba y de contactar con la familia, Darlin decidió irse a vivir a España y buscarle allí.
A Ernesto le descorazonó esa idea. Intentó disuadirla para que se quedaran junto a él pero nada podía hacer frente a la desesperación de una mujer enamorada, ahora madre soltera, que sólo ardía en deseos de volver a hallar a su hombre y procurarse un futuro mejor para ella y su niña. Pero sus planes no se dieron como esperaba. Después de instalarse en Barcelona en un pequeño piso de alquiler  en el casco antiguo de la ciudad su madre tuvo que buscar trabajo en lo primero que surgió para seguir adelante. Durante esos años trabajó como niñera, sirvienta, camarera y cuando consiguió poner sus papeles en regla de forma definitiva empezó a trabajar como dependienta en una tienda de moda. Al principio no lo daban el visto bueno por su apariencia y forma física, pero la encargada de esa tienda tan pija le concedió tres meses de prueba para ver cómo se desenvolvía. Darlin aprendió rápido: si su compañera llegaba justo a la hora que tocaba, ella tenía que llegar al menos diez minutos antes;  a la hora de cerrar, se quedaba lo que hiciera falta para atender a una clienta. Además tenía la compleja misión de apagar su acento cubano, no vestir ropas demasiado ajustadas para no marcar curvas que dieran una imagen agresiva frente a las mujeres y  tampoco demasiado holgadas para evitar que los hombres no se fijaran en ella. Para ser aceptada acabó por realizar un buen trabajo en la tienda y en sí misma.
Cocó pasó por lo que su madre creía que era una profunda nostalgia, pero siendo tan niña  era extraño que la tristeza ocupara una gran parte de su corazón. Durante los primeros años sufrió una especie de depresión melancólica que la niña no podía entender. Desconocía por completo que el cambio de aires, de gentes, de olores  y sabores había sido demasiado para ella. No podía comprender que echaba de menos el calor, la música, el jolgorio de su barrio y toda la felicidad que le había envuelto desde que nació. Pero por encima de todo lo que más le faltaba era el abuelo Ernesto y su inmenso cariño. Darlin sufría por su nena, pero pensaba que lo mejor que le podía dar era el fruto de su trabajo, para que no le faltara de nada. No sabía atender a esa tristeza que hasta le pintaba el aura de gris. No sabía ver que, sencillamente, su dedicación exhaustiva al trabajo y a pensar en el hombre que la abandonó le estaba haciendo perder una energía maravillosa. Esa búsqueda ciega y vana le estaba robando el amor y la magia que como mujer y madre le pertenecía. Y como los niños son los primeros en recibir  el impacto de los cambios, a Cocó le tocó sentirlo todo.
Cuando la niña cumplió diez años y Darlin recibió la tercera negativa de Pedro a reconocer su relación y encargarse de Cocó, la madre tuvo que tomar la decisión de olvidarse de él para siempre y empezar una nueva vida con algún que otro sueño por cumplir que se pudiera permitir. A partir de entonces se dedicó más a su hija y a ella misma y, cinco años más tarde, con ayuda de sus apurados ahorros, un préstamo y algo de dinero que le pagó el padre para la manutención de la niña y, por qué no decirlo, para que dejara de molestarle, abrió un restaurante de comida cubana en el Born, uno de los barrios que estaban más de moda en Barcelona. Le costó Dios y ayuda levantar el negocio, cada noche se entregaba en cuerpo y alma a rezar a Olodumare para que le ayudara. No podía olvidar sus orígenes y sus creencias porque eran parte de ella y negarlo era como negar parte de sí misma. Llamó al restaurante como a su ser más preciado, Cocó. Gracias a su proyecto entabló algunas amistades leales y por fin vio un futuro más o menos estable para ella y su hija. Tardó algún tiempo en dar buenos frutos, pero al final tuvo mucho éxito, gracias en gran parte a sus dotes culinarias y al amor que le ponía a todo. Algo que aprendió de su padre a muy temprana edad es que hay que tener orgullo de rey, humildad de santo y aguante de guerrero para que las cosas salgan bien en esta vida.
Cocó notó el gran cambio de su madre, pero mientras Darlin florecía y volvía a llenar su vida de colores cálidos, ella luchaba por entender por qué no acababa de encajar en el mundo. Quizá no fuera algo tan exagerado, pero ella lo sentía así. Tenía amigos y buenos resultados académicos y tenía el apoyo y el amor incondicional de su madre. Pero ella sentía que le faltaba algo, como si el ritmo vital que latía por dentro no le funcionara bien. A los quince años empezó a desarrollar una serie de complejos en los que volcó demasiada atención y que acabaron provocando un apagón de los colores de su aura cuando, siendo bien pequeña, había brillado como el Sol. Calificaba todo lo que tenía de sí misma como demasiado: demasiado pelo, demasiado morena, demasiadas caderas, demasiado llamativo, demasiado color,  demasiado, demasiado, demasiado…
A su madre todo le parecía poco, cuanto mejor marchaba el negocio mejor se sentía por dentro. Se había propuesto sonreír a cualquier circunstancia que le viniera y eso le hacía sentir más feliz, más bella y más fuerte. La energía que irradiaba se notaba a cinco metros de distancia, pero no era suficiente para Cocó. La mujercita había construido un muro de hormigón para refugiarse en sí misma. Pobre Cocó. Aún no lo entendía. Y desde luego,  lo que le faltaba por entender era algo que ella guardaba en su interior. Sólo precisaba de los ingredientes necesarios para que se le desvelara su auténtica belleza. 

Continuará....    

Patricia Djembé
 
 
 
Foto: El theobroma Cacao, de la que se extrae el cacao. (Imagen extraída de google)



Rarezas harmoniosas

Adoro el movimiento de tus arrugas,
Tus granitos casuales
Las pecas que odias
El lunar de tu espalda
Los traviesos ricitos que caen en tu nuca
La cicatriz de tu brazo
Tus uñas cortas y descuidadas
Tu peinado despeinado
Cuando tu piel se eriza por el frío,por los nervios, por mí…
Tu ropa desordenada en colores, en tallas.
Adoro cuando insistes, me convences
Cuando me dices que no podría ser de otra forma
Me intentas mirar sin vacilar
Pero te ríes y bajas la mirada
me encanta la desproporción de tu cuerpo
tus brazos torneados y suaves
y tocar las rugosidades de tus piernas
y tu cintura de avispa.
Oh, y tus chistes malos
Y cuando te ríes antes de contarlos.
Y me encanta tu mirada expectante
Esperando mi sonrisa.
Me hace gracia cuando dudas,
O cuando crees que no eres lo suficientemente buena
Para hacer algo
Cuando crees que no eres guapa o que has engordado
Cuando no te da vergüenza pedir segundo plato.
me gusta cuando sabes a chocolate
cuando lloras, porque tienes tres tipos de lágrimas:
las que salen por la emoción de una película, una imagen
las que duelen, las que nacen del dolor
las que no sabes por qué vienen, y no las comprendes
pero para eso estoy yo.
Adoro cuando me pides perdón
Adoro cuando te lo he pedido yo
Y tu respuesta es tan tierna.
Tus gritos de histeria y tus manías
Tu vergüenza y tu silencio.
Lo acepto todo, lo quiero todo.



De tú a tú. O de mí a mí. O de mí para mí misma.
Aceptarse, conocerse, quererse...es esencial para aceptar, conocer y querer a los demás.

Patricia Djembé
Foto: Magdalenas,  una de mis sesiones de repostería.

With words unspoken

La experiencia del Blues
Entró en aquel bar seguro de sí mismo y tan apuesto como siempre, no se percató de que la cantante solista bebió de un solo sorbo una copa de vino ni de que dos mujeres sentadas en el fondo de la salita le observaban divertidas.
Llevaba como ningún hombre ha sabido tener, una gracia sensual y portentosa que aunque no quisieras prestar el más mínimo de atención, acababa por hacerte volver la mirada hacia él. Vestía con suma elegancia un traje de lino blanco con chaleco y un sombrero a juego que posó enseguida en el respaldo de la silla antes de escoger el diamante que le tocaba esa noche.
Mientras, la solista empezó entonar una melodía. Con voz melosa pero firme cantaba las primeras estrofas. Una guitarra acústica le seguía. Muchos ojos se clavaron en ella, pero no los que ella precisamente quería; por un momento todo quedaba suspendido: incluso parecía que las olas de humo que ondeaban sobre las cabezas de los asistentes se paralizaran. Empezó entonces la percusión, como si fueran ritmos tribales mezclados con una sensual melodía cuyas notas escondía más pasión y dolor que otra cosa. Algunas parejas bailaban frente al escenario, muy pegados, con las cabezas apoyadas en los hombros del otro. Las sensaciones que transmitía la canción se iban colando una a una por los poros de la piel.

El carismático hombre  se levantó haciendo un movimiento gracioso con su chaqueta  y se dirigió a la mujer más bella. Una mujer de melena rubia platino. y
encorsetada en tafetán rojo. Estaba sentada en la primera fila de mesas, sola. Su acompañante, seguramente un mafioso venido en gracia hablaba de negocios con sus colegas en la sala contigua. Y puro tras puro, ella había ido apagando su fulgor.  Era una opción arriesgada.

Se agachó para cogerle la mano y besarla y arrastró todo el perfume de galantería hacia ella. La mujer no pudo resistir y enseguida apareció una sonrisa deslumbrante entre carmín del más peligroso calibre.
Justamente en ese momento, la solista cerraba los ojos. Le hería aquella escena, le hería la letra de la canción y sentía que su corazón se hacía más grande que su pecho. Intentó sacar fuerza de donde fuera y arrancó en el estribillo con una tremenda voz desgarrada y sentenciadora. Posando determinantemente sus ojos en él. Su pasión desembocó en un solo de extrema agudeza que sólo podía alcanzar con esa desesperación.

Su pelo negro brillaba bajo el foco central, lo llevaba recogido pero unos rizos cayeron en su rostro. Su vestido, de seda negra dormía sobre sus formas entornadas. Pero el caballero sólo tenía ojos para su nuevo hallazgo. Había olvidado por completo quién era aquella mujer que le deleitaba con una bonita canción.

Pero la solista recordaba cada detalle de su encuentro en el pasado.
Si su boca susurraba palabras seductoras al oído, ella lo sentía; si las yemas de sus dedos recorrían su espalda, ella lo sentía y si su cuerpo fuerte y formado le conducía hacia otro lugar de ensueño, también lo sentía. Era como si lo estuviera viviendo otra vez.
Dos lágrimas avanzaban mientras pronunciaba aquellas sinceras y auténticas palabras: “Tonight with words unspoken.
And you say that I'm the only one, the only one, yeah. But will my heart be broken. When the night meets the morning star?”
Él miró un instante hacia la solista, y la vio llorar. Y sintió como si le hubiesen dado un golpe en el estómago.. La canción acabó.
Él y su diamante dejaron aquel lugar.

La solista tenía un nudo en la garganta, no podía seguir, no con ese dolor. Dejó en su puesto al micrófono solitario, su más fiel amigo. 

Vomitó el engaño, la pena y la autocompasión. Encerró su miseria en una maleta de piel y se marchó a un lugar entre la nada y el desierto, sobre el abismo y bajo el cielo.

Patricia Djembé


Foto: Pintura al óleo preciosa de cuyo autor/a desconozco el nombre

En una onda de sueño


 Hoy me he despertado  pero la mayor parte del tiempo he estado dormida. ¿Puede ser eso posible?
Sentía que la ley de la gravedad me arrastraba al suelo, que me invitaba a tumbarme estirada en la misma tierra en la que estamos anclados. De vez en cuando, a pesar de que entiendo y creo plenamente en la teoría de la atracción del núcleo terrestre, me gusta creer que la misma Madre Tierra nos quiere para sí. Me gusta imaginar que a pesar de todo lo que le hacemos, ella nos quiere y nos cuida y no nos quiere dejar ir, como una madre. Es la analogía más bonita y más adecuada que se me ocurre para la Madre Tierra.
Volviendo a lo de sentir ese sueño continuo.  Esa escusa que tantos solemos usar es cierta: “Yo nací cansado y con sueño acumulado”.
Sobre todo aquí, en Occidente. En la proa de un barco donde tenemos el dichoso privilegio de ver pasar lo que acontece, esa sensación es posible. Ya no creo que sea cuestión de pereza o vagancia. Vivimos con un ritmo de vértigo, no tanto por lo que hacemos si no por lo que planeamos. Mi cabeza no para de trabajar intentando organizar todo lo que tengo y lo que me queda por hacer en unos minutos, en unas horas, en unos días, en unos años…
Es como una habitación donde hay miles de archivadores. Unos cerrados, otros esperando a ser procesados y revisados para no volver a abrirlos. Otros pendientes, sin fecha de finalización. Es desesperante. Con un par de folios para rellenar me basta.
A pesar de ese ritmo que llevamos, que nos hace disfrutar de la vida de forma intermitente, guardando los mejores y peores momentos como fotogramas, de vez en cuando  tenemos la suerte de poder reflexionar sobre prácticamente todo.

Patricia Djembé

LA ATENCIÓN
“Un camino sencillo y seguro para la transformación personal es la atención en cada instante, sobre sí mismo. Cada hora y cada minuto debemos centrarnos en nuestra propia atención. Hazlo ahora, en este mismo instante en que lees estas líneas. Si no estás atento a ti mismo, serás atrapado por la inconsciencia ciega y destructora.
No sólo es tu paz y libertad lo que vas a conseguir. También la eficacia de tus actividades externas y tu trabajo cotidiano se beneficiarán notablemente.
Ningún momento de tu existencia es comparable con este instante presente porque éste es el único que tienes. Está todo tú atento a él. Y está atento, sobre todo, a quien atiende que eres tú.”

Extraído de la página http://www.actosdeamor.com/metafísica

Foto: Extraída de Google. Un secuoya.