jueves, 27 de enero de 2011

Elige un fondo de colores

¿De qué tenemos miedo? 
 A parte del hombre del saco, de mirar debajo de la cama, de las cucarachas, de la tortura y de mil cosas horribles que se me ocurren ahora mismo pareciéndome justificablemente temibles todas ellas sin excepción.
Tenemos miedo de demasiadas cosas. Somos unos yonkis del miedo y hacemos y deshacemos en la vida según nos dé menos o más miedo.


 Nos perdemos el disfrutar de conocer lugares, situaciones y personas que nos podrían enriquecer en muchos aspectos. Supondrían experiencias que irían llenando nuestro vaso vacío, ese con el que llegamos a este mundo. Sin saber absolutamente nada de nada.

 “Eso. Haces bien en  ir rodeada de dos blancos y no de dos negros, estarás más segura”

Paseando con dos amigos camino arriba  por Las Ramblas de Barcelona me topé con el comentario de este hombre. No sé si se percató de la trascendencia que tendría para mí, pero le quiero agradecer, de corazón, esa apreciación. Me hacía falta un comentario racista como éste para constatar que esta actitud es miserable desde todos los puntos de vista posibles. Miserable, llena de incoherencia, ignorancia y miedo.
Pero primero, debo decir que me reí bastante por dentro. No sé si es así, pero diría que el tío no tuvo en cuenta  de qué color era mi piel exactamente. Porque, amigo, yo no soy ni blanca ni negra. Vamos, que lo que tengo yo es más mezcla que los sampleos de Black Eyed Peas. ¿De dónde narices cree que he salido yo?
Quién sabe qué habrá vivido este hombre para adoptar tal actitud. Quizá ese rechazo insuperable a las personas del otro color tenga una justificación basada en una mala experiencia personal; quizá no,  puede ser que el miedo de todo un grupo étnico, heredado de una memoria colectiva, haga lo suficiente como para recrear ese odio al color opuesto generación tras generación. Pero me da igual. No lo quiero justificar de ningún modo. Este tema me quema bastante. Me parece que a estas alturas, ya somos mayorcitos para saber que “el hombre del saco” no tiene color. A lo que debemos tener miedo realmente es a la estupidez suprema, legitimizada y constitucionalizada social, moral y legalmente que nos lleva día sí, y otro también, a cometer las mayores atrocidades de las que seamos capaces.
Pero tristemente la verdad es que, después de todo, el racismo es uno de los pretextos más efectivos para originar conflictos. Si se sabe manejar con astucia, puede ser una estrategia para llevar a dos, tres o miles de personas a un fratricidio. Y ésta es la única forma de ver el racismo como una “actitud inteligente”, y ya es decir demasiado.

Así que “hermano”, te equivocas de enemigo. Búscalo mejor,y   sin darle mucha importancia al traje de piel que lleve puesto.
Ese vaso que tenemos todos puede tener un fondo  tan blanco o tan negro como lo queramos ver. El caso es al principio todos están vacíos. Y como no lo llenes de cosas, te vas a aquedar tan hueco como el mismo vaso: un continente sin contenido. Y es mejor que vayas metiendo cosas antes de quedarte con lo mismo de siempre, lo igual, lo de un solo color. Mezcla, tío, mezcla.


Akenya Djembé

http://www.youtube.com/watch?v=Db0lKnFuKl0

Tras el velo

La palabra Hiyab proviene del verbo “hayaba o " jajabah"que significa “ocultar”. Este nombre también corresponde al pañuelo que la mayoría de mujeres musulmanas utilizan para taparse. Explica la historia del Islam que Mahoma, profeta de la religión musulmana, quiso que sus esposas y seguidoras cubrieran sus cabezas con un velo para evitar que las confundieran con mujeres de otras creencias o de la calle. Es decir, la idea surgió como un modo de protección e identificación. Desde entonces el Islam ha fomentado la decencia y ha intentado alejar al creyente del vicio, la inmoralidad y el pecado y  por ello, tanto hombres y mujeres deben vestir con modestia y austeridad. La mujer, quien es susceptible de “provocar” el deseo sexual del hombre con su belleza femenina, debe cubrirse el cabello, parte del rostro y el resto del cuerpo.

Hoy en día es difícil entender la imposición del hiyab y la mayoría de visiones no cercanas a la religión musulmana lo ven como una representación de la discriminación y la limitación de los derechos de la mujer. Pero los motivos para llevar el hiyab pueden ser de distinta índole: hay mujeres muy devotas de la tradición que han decidido ponérselo con mucho orgullo; otras que, dada su ideología fundamentalista, lo llevan cumpliendo a rajatabla la delicada interpretación de sus textos sagrados y otras a las que simplemente no se les concede otra opción que la de vivir totalmente ocultas sin opción de poder cuestionarse las leyes.

El uso del pañuelo está en pleno debate, no sólo entre las sociedades de Occidente si no en las mismas comunidades musulmanas. En países como Afganistán o Irán, la ocultación de la mujer está mucho más radicalizada, es total (burka), pero es un hecho que va ligado a su situación sociopolítica. En otros países como Kuwait, Egipto, Líbano o Turquía la incesante actividad política, social, científica y cultural está haciendo transformar la nación islámica.  Es en estos países donde llevar el hiyab también conlleva una distinción de status social, un complemento más de la moda entre mujeres o un signo de identidad cultural. Las mujeres pueden ostentar altos cargos como el caso de la ministra de Educación en Qatar, Heija Al Mahmud o la ministra de Planificación y Desarrollo administrativo en Kuwait, Masuma Mubarak.

Pero nuestra visión centroeuropea, que presume de progresismo y de libertades, nos hace pensar inevitablemente que uno de los principales enemigos de nuestra “evolución” son las religiones y sus símbolos, ya sea un crucifijo, un rosario, un shayla, un burka o un hiyab. Y frente a una amenaza como ésta quien más rechazo recibe es el elemento desconocido, en este caso, el velo del Islam.

La problemática que ha presentado  el caso de Najwa en el Instituto Camilo José Cela no se da por primera vez, también se han dado casos como el de ella en otras escuelas que no tuvieron tanta trascendencia porque se llegó a un acuerdo.

La Ley Orgánica de Educación de 2006 establece que  serán los consejos escolares los que regulen con plena autonomía las normas internas de convivencia, es decir, deben ser los propios centros educativos quienes pactan sus propias normas respecto a estos temas. Sin embargo, en el capítulo tres del artículo de la misma Ley sobre la escolarización de alumnos expone que “en ningún caso habrá discriminación por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Aquí es donde se crea la controversia porque sí reciben un trato discriminatorio aquellos que        expresan sus creencias a través de su estética.

El trasfondo de todo está en el hecho de contemplar el pañuelo de una única forma: como sumisión y  discriminación de la mujer. Si bien es cierto que en algunos países donde la religión oficial es el Islam (unos 1.200 millones de seguidores) la limitación de la libertad femenina está a la orden del día, no significa lo mismo para todas las mujeres y ni mucho menos implica que debamos emprender una batalla contra ello de una forma tan discriminatoria. Se debe anteponer la libertad de expresión de las personas a la tendencia incesante de solucionar los problemas ideológicos de otras identidades culturales.

El Gobierno debe estar dispuesto a cambiar la Ley Orgánica para establecer una norma única para todos los centros basándose en los valores que promulga: “tolerancia y  sensatez”, por el contrario, la convivencia entre las diferentes culturas que  ocupan el territorio español se volverá difícil en un futuro. Analizando otros casos donde el poder ejecutivo ha tomado cartas en el asunto observamos que, por ejemplo, no fue precisamente un modelo de tolerancia el del gobierno francés, cuando en el 2004 aprobó una ley que prohibía el uso de elementos religiosos en escuelas públicas. El descontento que levantó entre la comunidad islámica ha ido en aumento desde entonces. Pero otros países como Alemania, Holanda, y Reino Unido han sido mucho más flexibles frente al derecho de libertad de imagen. El motor del progreso y del cambio del pensamiento no se halla en las prohibiciones, en una imposición sobre otra, si no en el respeto de los derechos fundamentales y el respeto entre culturas. Hasta ahora lo segundo ha funcionado mejor que lo primero.



Patricia Porteros