viernes, 22 de julio de 2011

Concepción sensual de la vida


"La voz del tambor era la de la Tierra, el latido de la vida en el vientre materno ...el compás marcaba el constante ritmo de la vida, la luna, el ciclo...Y aunque el tambor dejara de sonar, los ritmos naturales continuaban". Luna Roja, Miranda Gray

Salsa que se toma, salsa que se baila


Desde que vivo donde vivo hay ciertas rutas callejeras que realizo con determinada frecuencia para llegar a casa. Afortunadamente vivo en un barrio que en los últimos años se ha repoblado de cientos de  personas procedentes de todos los continentes de la tierra. Un panorama nada nuevo para los que vivimos en el siglo XXI, pues los flujos migratorios aún deben aumentar mucho más así que más vale que TODOS nos vayamos acostumbrando a ello.
El caso es que muchas veces, subiendo por Fabra i Puig para volver a casa, me desvío hacia una pequeña plaza, Las Dominicas, y atravieso una callejuela donde hay: una escuela de música, un locutorio, un bar dominicano y una peluquería afroamericana.

Hace ya más de una década que vivo en esta parte de la ciudad así que me puedo hacer una idea de cómo han  cambiado las cosas por aquí. Ayer  recordaba el cambio de dueños del Bar La Columna y de cómo me extrañó ese cambio. Antes, un bar convencional, con los asiduos de turno y el menú básico imprescindible para un bar español. Decorado con  paredes blancas algo oscurecidas entre mugre de frituras y el humo del tabaco y con una barra de imitación al mármol negro en conjunto las cuatro mesas y las respectivas sillas que había en el local. Pasó de ser eso a… ufff, joder, ¿paredes pintadas de verde lima? Qué dolor de cabeza, pensé entonces. Cada vez que pasaba por delante de la puerta me llegaba un aroma a pollo frito remezclado con pintura que tardó bastante en marchitarse. Ahora sólo huele  a pollo frito. 

Otra cosa curiosa es que los que empezaron a frecuentar ese bar, ahora de aura latina, compartían sus tertulias del día más dentro que fuera. Es decir, que sacaban sillitas y a la calle a parlamentar a la fresca. Un hecho que muchos detestan por diversos motivos, ahora no tan relevantes como para discutirlo. Pero sí es cierto que para muchas de esas personas, acostumbradas a hacer mucha vida en la calle,  esta forma de hacer vida social después de la jornada de trabajo supone algo bastante importante para su rutina.

“ Y ese pregón que canta un hermano, que de su tierra vive lejano y que el recuerdo le hace llorar”…Bien, Gloria Estefan canta de fondo mientras un par de parejas bailan en el poco espacio que les da el pequeño local. Muy pegados, muy sueltos. No sé si llevan un ritmo fantástico o el mismo ritmo les lleva a ellos como un don otorgado por haber nacido en su tierra. Acabo admirando su soltura y la forma en que liberalizan su cuerpo.
Me reprendo ahora a mí misma por mis críticas contra ciertos tipos de música; mi rechazo sin juicio y mis reprobaciones a comportamientos y estilos de vida que he repudiado sin dar la oportunidad de conocerlos realmente. Y es que no entendía o no sabía apreciar esa forma sencilla y primaria de disfrutar. Me sorprendo queriendo bailar y mover todos los músculos de mi cuerpo con ganas de ocupar todo el espacio vital que me pertoca y más; y no avergonzándome de la forma de mi cuerpo, de mi pelo,  de mis instintos, de mis orígenes. Hay un tambor, un latido vital que bombea el flujo de nuestra energía que entra en sintonía con las vibraciones naturales que hay en esta tierra. Por mucho que lo intentemos apaciguar, no deja golpear fuerte. ¿Lo oyes? Si suena amortiguado es porque lo tienes tapado…Haz algo para cambiarlo.

En otras culturas se le hace más caso a esa voz interna. La danza, como una forma de atender a esa energía contenida que se condensa en nosotros, es una práctica imprescindible en la vida de las personas.

Para bailar hay que dejarse llevar. Típico, si, pero se empieza por ahí, eliminando la preocupación (precisamente) de llevar bien el ritmo. Primero encuentra el tuyo, luego ya nos preocuparemos por el externo. Estira, extiende, destensa tus músculos en todas tus extremidades. Limitarse a unos pasos es limitar la expresión de tu cuerpo, como si cantaras dejando impidiendo el paso del aire que vibra entre los dientes o como si pintaras siempre en una plantilla con un solo color. Cierra los ojos y olvídate de dónde estás, la música y tu ritmo interno se encargarán de eliminar el tiempo y el espacio. 

Personalmente creo que la mayor parte de la música es bailable pero hay géneros con los que conectamos más según el estado emocional en el que estemos o nuestras propias vibraciones de siempre. 

Cuando bailamos hay partes de nuestro cuerpo que QUIEREN moverse por su cuenta independientemente de las demás. Es decir, nos piden movimientos distintos según el seguimiento rítmico que hacen de una canción. Quizá nuestro abdomen sólo se contraiga con la percusión y nuestros brazos se balanceen y se retuerzan en el aire dibujando la melodía del instrumento principal mientras que nuestras piernas quisieran marcar círculos en el suelo. Pero no importa tanto la realización de todos nuestros movimientos intuidos como la intención de llevarlos a cabo porque eso es dejarse llevar para sentir que estamos en armonía con lo que nos rodea. 

Miranda Gray explica que bailando se puede hacer desaparecer las restricciones del intelecto y despertar la conciencia del mundo interior. Pensad en cuantas dimensiones confieren en la transformación de nuestras energías: la creatividad, la sexualidad, la espiritualidad, etc. Todas ellas necesitan una forma de expresión y nuestro cuerpo físico,  acostumbrado al movimiento desde que  nos mecen en la cuna en la más temprana infancia, necesita movimiento. 



Patricia Djembé