viernes, 16 de noviembre de 2012

El Tiempo es la excusa



El Tiempo, menudo negrero. Aparentemente un señorito de buena posición, trajeado con reloj de cuerda y péndulo, estirado, al estilo inglés. Llevando consigo, además, un látigo de llaga certera en una de sus manecillas y en la otra, las llaves de nuestras cadenas.
De profesión,  banquero. De tendencia política, indefinida. Capitalista de convicción, pues acumula y acumula de segundos a siglos, de milenios a eones, sin aparentemente tener algún fin. Hace de todos sus esclavos para sacar máximo partido a su existencia. Ningún hombre o mujer, por muy alto que se sitúe en la escala social, se puede acercar a un atisbo de poder que el Tiempo lleva consigo.

Hoy por hoy, me da la sensación de que  desde que encarné en esta vida, mi madre me diera a luz y me entregara al mundo,  tengo un reloj en mis entrañas que me recuerda a cada instante que estoy aquí por algo, que no sé el qué, y que tengo un tiempo limitado. Esa es una verdad que me apremia constantemente. El tic-tac es un latido que preludia algo. Pero ese latido no sería un augurio de no ser por el miedo colectivo que se crea a “perder el tiempo”. Pero. ¿cómo perder algo que no nos pertenece?

Últimamente siento ese palpitar aún más intensamente. Siento casi ansiedad. Me despierto y me levanto de mi cama rápidamente pensando en los muchos minutos que estoy desperdiciando; desayuno corriendo y sin apreciar lo que estoy comiendo porque ¿para qué contemplar lo que ingiero por la boca?

Hoy escuché una voz dentro de mí mientras me quejaba de todo lo que tenía que hacer aún teniendo tiempo libre a un 90%. “El tiempo no es para regalarlo, el tiempo es para ti. No por tener más tiempo tienes que empezar a repartirlo como una loca a los demás mientras a ti te queda poco para tomarte la vida con calma. Respirando consciente, caminando consciente, riendo consciente, llorando consciente, comiendo consciente, lavándome los dientes consciente, peinándome consciente…en fin, hasta ir al lavabo consciente”, todo ello sería tomarse un poco la vida con calma, apreciarla en cada momento de mi tiempo, mi gran tesoro.
Vamos, que a fin de cuentas, soy yo misma la que me pongo unos grilletes para evitar estar sin ocupación alguna. ¿Qué pasa cuando no tienes ocupación? Que respiras tranquilo, que puedes encontrarte con la inusual calma de estar contigo mismo, reconocerte, valorar todo lo que has hecho hasta ese justo momento en el que te tumbas en la cama, te rascas la barriga, y piensas: “¿Quién soy?”.  Eso nos aterra, preferimos no tener tiempo.

No, el Tempo no tiene la culpa de ello. El tiempo es la gran excusa, como la distancia o la lejanía; como el tamaño, la fuerza, el volumen...Todos ellos sexuados y reproducidos en fórmulas que paren energías, movimientos, otras fuerzas. Por el tiempo,  vivimos en la tierra guerreando y corriendo y nos dan ataques de ansiedad pensando que no tendremos nunca lo suficiente para sobrevivir aquí.

Bah, el tiempo es un mindundi, poca cosa más que un diplomático que media entre tener la vida y no tenerla para experimentar. Y todo lo demás, son invenciones nuestras.
El tiempo, majestuoso y señorial, cáustico e imparcial, se merece lo que tiene. Segundos que dan vida y segundos que la quitan.

"Omnes  vulnerant. Postuma necat"
Patri.

martes, 12 de junio de 2012

“Papá, no me cuentes un cuento”





Suerte la que tenemos nosotros en Occidente: convivimos con niveles de estrés que bien podrían colapsar los barómetros que lo midieran, si eso existiera. Todo lo hacemos rápido y acumulamos diversas tareas al día porque las nuevas tecnologías nos lo permiten, sin embargo, no reducimos el tiempo de trabajo para tener más descanso y tiempo de ocio sino que, a falta de ello, le añadimos más faena a la cesta de la rutina. 
Al parecer, tener tiempo libre resulta muy caro en medio de esta “época de crisis”. Para compensar, la psicología más vanguardista hace tiempo que nos viene alertando de la importancia de quererse a uno mismo, de tener espacios de recreación, de salir a divertirse y cuidar a nuestro niño interior. Pues bien, si aún viviendo en nuestra etapa adulta hace falta que cuidemos a este niño o niña interior es difícil imaginar una infancia en la que uno no ha podido ser ese niño que más tarde hay que conservar.

Hoy es el Día Mundial Contra el Trabajo Infantil, hoy, más de 215 millones de niños y niñas no tienen acceso a la educación porque se ven obligados a trabajar. ¿Hay algún tipo de plan de rescate en marcha para ellos? Creo que la respuesta a esta pregunta sólo produce un eco profundo y distante.

En la actualidad, un gran número de ONG’s para el desarrollo en España están trabajando para solventar ese agujero negro al que nadie suele mirar. Unas trabajan para solventar las carencias más básicas y urgentes; se centran en la alimentación, la sanidad, y unas ostras a  la educación. Afortunadamente también existen organizaciones que, sin ánimo de lucro, su labor íntegra se centra en desarrollar proyectos –gran parte en América del sur y en los países africanos más castigados por los conflictos bélicos­­­­- con los que los mismos colectivos de personas reciben las ayudas necesarias para activar su microeconomía a largo plazo. Esto, evidentemente, es imposible en regiones donde las personas viven en estado de guerra. El desamparo que sufren los desplazados, refugiados de estos conflictos es noticia día tras día en los medios de comunicación.Pero, acostumbrados ya a la situación, esos 251 millones de niños o los 1.290 millones de personas que viven en extrema pobreza  (el 22% de la población) se han convertido en datos que nos impactan y desimpactan como a quien ve una película de terror por segunda vez.

Cuando reprendemos a los niños si se han portado mal o han participado de una pelea les exhortamos a pedir perdón y de inmediato volver a amistarse con su compañero. El pequeño agacha la cabeza sabiendo que está mal lo que ha hecho pero  la solución suele ser sencilla: decir “lo siento” y volver a jugar juntos.
Si éstos conocieran la palabra, nos llamarían hipócritas. Pero no lo hacen, confían en que sus mayores hacen lo que predican y el cuento se lo creen hasta que crecen un poco más y cuestionan  nuestra forma de hacer las cosas como padres, tutores legales, profesores, instituciones, etc. Y aunque los castigos dejan de tener sentido (el “porque lo digo yo” de toda la vida), éstos aprenden la inercia estratégica de repetir lo que los adultos han hecho por ellos antes. Basta un “la vida es dura” o un “es lo que hay” para desencantarse del todo. Estarán mal las cosas, pero si hemos vivido así hasta ahora, será que podemos continuar haciéndolo, ¿no?...

A todos esos niños a los que aún estamos haciendo trabajar, ¿sabrán perdonarnos cuando lleguen a su edad adulta? ¿Qué harán para curar al niño interior que no pudieron ser?
A todos los que somos adultos o semi adultos, apliquémonos el cuento de una vez por todas.


Patricia Porteros

jueves, 22 de marzo de 2012

Mudarse de piel


Hace tiempo que la capa más superficial de mi piel se escama
Será que algo trama, un cambio de estación que llama a su puerta
Para producir un cambio sustancial, el picor la avala,  permanente.
Qué sensación de agobio, de no estar en mi sitio, de no ser en mí
Y sólo estar para esperar salir.
Quizá me esté resistiendo al cambio. La corteza se reseca y va cayendo de forma lenta
Con paciencia, sin causar estragos, haciendo amagos de desaparecer
Sin embargo, de esta forma, al perecer, no acaba de dejar entrar la luz  que  me toca,
Y me falta, y mi desazón provoca la falta de amanecer. Que los rayos me sirvan para vestir, poder asistir a mi propia crisis como espectadora, mis propios desastres naturales.
Qué provocadora, mi piel. Imita la madre naturaleza con sus muertes otoñales, sus erupciones mareas, fuegos y temblores ocasionales. Con sus llanuras como descanso y
sus rugosidades cinceladas por el Sol, la lluvia, el maltrato, el cuidado… Dura envoltura
que  se agrieta, se rompe, pulveriza y vuelve a florecer en el terreno fértil donde nace la vida.
No había prisa, he aguardado con exceso de prudencia esta mudanza,
Más que viviendo, ocupando una cáscara que ya no era mía, no era mi casa
La sensación ha sido la de salir cada día con mi hogar acuestas, creyendo  a ciegas
que lo que tengo es lo que me queda.
Ni la piel de ahora es la de mañana, ni mis vivencias son mi morada.
Ahora salgo, serpenteo, me descubro, mudo de piel.



Patricia Porteros Bevigny

viernes, 2 de marzo de 2012

¿Llegará la primavera con más indignación?

“Moderado, tímido y políticamente indiferente” esas fueron las características que definían muy parcialmente  a un muchacho de 18 años que no imaginó el alcance de su concienciada expedición hacia las protestas que emprendería más tarde contra un estado y sistema de desigualdades.  Un individuo cuyo nombre hoy es sinónimo o, al menos concepto cercano, a la Paz.
Muchos, la mayoría, llegamos a la post adolescencia y a los primeros tramos de la adultez manteniéndonos indiferentes, ineficientes y apáticos respecto a la política. Pero llega un momento, como se analiza en el estudio de las ciencias políticas, que surge nuestro interés por acercarnos ella. Y puede ser por varias razones pero las que más nos avocan a ello son las que hacen que nos indignemos.
Gandhi, el hombre “moderado, tímido y políticamente indiferente” del que hablo, no encendió la llama de su lucha hasta chocarse con el fino cristal que separa la realidad de nuestro ensueño.
Siempre pienso que para aquellos y aquellas que sudaron, lloraron y sufrieron por defender los cambios en los que creían, sobre todo los más contundentes en nuestra historia, lo habían tenido relativamente fácil. En el sentido de poder coger el toro por los cuernos (que conste que odio la tauromaquia), mirar a la bestia a los ojos y discernir cuál es el mal, el objetivo de lucha. Aquellos grandes humanistas, altruistas, filósofos de una realidad alternativa que hoy tomamos como referentes, en realidad empezaron con algo muy pequeñito. Quizá  empezaron por que todos los habitantes de su pueblo pudieran tener al menos, un cuenco de arroz al día y, a lo mejor, continuaron con la consolidación de unos derechos civiles básicos para los suyos. Me parece fácil porque hoy yo busco la cara de esa bestia y  no la encuentro. Sé que lo duro viene después, cuando hay que enfrentarla…pero ¿dónde está?
No siento que me aceche pero sin embargo, siento la mirada como un ojo que todo lo ve y lo subyuga a su poder, valga la referencia a un Sauron de Tolkien o a 1984 de George Orwell. ¿Dónde estás? ¿Te llamas Capitalismo? ¿Te llamas Violencia? ¿Te llamas Miedo? ¿sigues siendo el Hambre? ¿o eres Consumismo?
Sólo tengo una respuesta: eres yo. Eres nosotros, los humanos, con todo eso que nos hacemos mutuamente cada día. Eres lo contrario al equilibrio que nos negamos por miedo, el cual es la causa que origina la violencia y ésta es la que a su vez alimenta el miedo y construye un sistema en el que unos consumimos más de lo que necesitamos y otros, sí, se mueren literalmente de hambre.
Y sumándole a este sentimiento de persecución de lo que nos hace malvivir sobreviviendo, se le suma un sentimiento de complejo al dar por hecho que nunca seremos como esos grandes hombres y mujeres de los que hablan los libros. Y como tal mentira nos la hemos creído, seguimos cabizbajos temiendo que nos tachen de utópicos  o radicales a cada paso que damos.
Fuera como fuere, las palabras todos esos grandes iconos, de las luchas pacifistas y las revoluciones más explosivas, llegaron lejos porque  hasta hoy nos han servido como ejemplo para despertarnos y saber que podemos pedir y exigir cambios por lo que es injusto, desigual y violento contra nosotros.


No me sale de natural divinizar ni  guías espirituales como a Jesús de Nazaret, Buda o Mahoma y creerlos inalcancables; ni a pacifistas como M. Luther King, Teresa de Calcuta, Gandhi y tantos otros que se quedaron en el tintero de quien escribió la historia. Y ni mucho menos quiero permitir sentirme inferior ante escritores tan sublimes como Tolstoi, Hesse, Wolf, Emerson o Platón que tanto aportaron a favor del hombre y la mujer. ¿Y por qué? Porque a cada persona le llega su momento,  y a cada uno de nosotros nos corresponde una lucha y un papel que desempeñar. Y aunque nos sirvan todos maravillosos seres como fuente de inspiración, cada uno tiene su camino por delante y un ritmo a seguir que nadie nos puede arrebatar. 

Debemos dejar que las personas despierten en su  momento, haciéndolo de verdad, porque de poco sirven las ideologías y los dogmas más que para acumular adeptos en masa con una evidente desnivelación de conciencia. Sería diferente y revolucionario entonces trabajar cada uno su pequeña idiosincrasia y laborar también nuestros pasos, sintiendo (y cuidado que no digo pensando) que hacemos lo correcto en cada momento. Y si constatar la ausencia de “lo correcto” o lo justo nos provoca irritación, será un primer paso para el cambio.
La primavera empieza a florecer. Hace justo un año, miles de personas empezamos a caminar juntas y no importaba tanto el porqué como el rumbo que tomamos. Ningún partido, ninguna organización con nombre y declaración nos aplegaba. Simplemente superamos la timidez, la moderación y la indiferencia y dimos paso a la indignación.


Patricia



No es casualidad la palabra con la que los denominan...

“Los indignados”…decimos como si a nadie más le tocara estar allí, mirando por encima del hombro a un colectivo que es contramasa; que tiene cara y ojos. Con tantas caras y ojos como personas se hallan.

"Indignados" (piensan)... inadaptados, inconformistas limitados, ilusos y  vagos. Como   embrutecidos por ideales rojos, de corta vista y de talla utópica.

Nos miran indignados de que estemos indignados. Pero hay algo honorable en la indignación. Se indigna quien tiene dignidad. Y la dignidad es una virtud de quién se hace valer. Y Valores es lo que hemos mendigado, y ahora cosechado, para hacer frente a este nuevo proceso.

Me indigno de mí misma, lo primero. Me indigno de todo lo indignable, lo segundo.

 Indígnate, porque será el primer paso para respetarte a ti mismo.  Y luego, Indígnate, pues, conmigo... para hacer un poco más de fuerza, amigo.



Indignarse: Como primer paso, qué gran primer paso.Lo pienso y sonrío.



Patricia Porteros

jueves, 1 de marzo de 2012

El silencio de los discretos

¿A quién le gusta chillar?
No me queda nada claro que para “hacerte escuchar” entre los demás debamos alzar más la voz o gritar y llamar la atención.  Al fin y al cabo, esta idea parte de la ley del más fuerte. Quién más alza su voz, más será escuchado. Manda huevos la cosa…¿Empezamos todos un cursillo de dicción + elevación del autoestima y la autoconfianza y nos ponemos todos a gritar como locos para hacer prevalecer nuestros caprichosos argumentos? Una jungla sonora sería esto.

Afortunadamente no todo el mundo mantiene una actitud de defensa y ataque a ultranza; hay quien se modera en las conversaciones y quien es razonable a la hora de interactuar verbalmente. Son sujetos algo inexistentes en tipos de encuentros sociales de relaciones filiales algo más estrechas, por ejemplo, la de mi familia. Ahí manda la línea argumentativa de “por mis cojones que esto es así”.

En nuestra cultura decir algo gritando y, a poder ser, acompañándolo de gesticulación explícita es sinónimo de poseer la razón. Se trata  de dios o diosa a quien grita  a los cuatro vientos lo que piensa y oye, caiga quien caiga!
Hoy, tras sentirme un tanto disgustada con el tono de voz que debo emplear en según dónde y con quién esté, he intentado analizar mis sensaciones.

La voz es nuestro instrumento sonoro por excelencia, una herramienta de comunicación. Con un tono, un modo de vibración, timbre e intensidad podemos mostrar mucho de lo que somos. A través de una voz quebrada puede haber una persona con muchos miedos, muy triste; detrás de una voz fuerte y precisa puede haber una persona muy luchadora pero con un pequeño deje de desconfianza en sí misma, tras una voz se esconden cientos de matices que se crean en función de cómo somos, qué hacemos y cómo lo hacemos.

Daos cuenta de que incluso podemos modular esta voz dependiendo de con quién estemos. Nuestra voz, o el sonido que más se aproxima a nuestra nota particular (sí, es nuestra propia notación en un pentagrama universal) es aquel en que nos encontramos cómodos y sentimos que lo que estamos diciendo, concuerda con nuestras percepciones y sentimientos. Si no es así, también notaremos enseguida esa disonancia, ese chirriar en nuestro interior que nos advierte que la voz que habla no es nuestra.

Cuando nos percatamos de que alguien nos está escuchando con prisas o no tiene verdadero interés en vuestro parlamento, solemos acelerar el ritmo de nuestra  ponencia. Hablamos más rápido, resumimos e incluso nos enredamos bastante sintiendo que el otro no está por labor. Por su puesto, todos lo hacemos de vez en cuando.

También nos cambia la voz  en función de lo que sintamos por la otra persona interlocutora: amor, ternura rabia, apatía, indiferencia…todo se puede traducir con la voz. Por supuesto, como en todo, hay quien sabe interpretar.  Pero incluso los mejores actores fatigan, volcando tantísimas fuerzas en jugar un rol que realmente no es el propio.

Los Monty Pythons, el incomparable grupo de cómicos británicos surgido a finales  de los 60,  realizaron un día uno de los mejores sketch que he visto de ellos en su programa Monty Python’s Flying Circus. Se trata de una desternillante escena en la que un caballero inglés de impoluta presencia se presenta en la comisaría de policía para denunciar un robo. Como en todo gag, al principio no hay nada aparente extraño hasta que una palabra, gesto o incursión de un tercer elemento discordante interpelan al hemisferio izquierdo del cerebro , el que organiza el pensamiento lógico, lineal, analítico, matemático…en definitiva, el que pone orden y razón para comprender las cosas. Lo que ocurre en una escena cómica de este tipo  -y el calibre humorístico de este conjunto británico es severamente alto- es que traspasamos las fronteras de la lógica para descubrir el salvaje terreno de lo absurdo.
Pues bien, este click aparece tras la petición del policía que recibe al denunciante que cambie la intensidad de su voz, que si no, no lo puede entender. Acaba el turno del recepcionista y cuando al fin consigue adecuarse  a la tonalidad perfecta,  el ciudadano se las tiene que ver con otro miembro del cuerpo policial para proceder con la denuncia. Pero acumulando más ingredientes de surrealismo, éste necesita una que hable con un tono grave y, así,  van apareciendo más personajes en la escena, la cual acaba transformándose en un registro coral atonal y arrítmico de lo que, en teoría, debería  ser una conversación normal entre individuos que hablan una misma lengua.

 Cuesta entenderse cuando cada uno lleva su propio ritmo, su propia vibración... pero también hay que saber adaptarse en la medida que el otro busque lo mismo. El diálogo armónico no es tan difícil entonces  puesto que la armonía no es un conjunto de notas supeditadas a una sola, es la diversidad de notas encajadas, más o menos, en una sola tonalidad. Y así es posible distinguir la hermosísima particularidad de cada  una de ellas en una escala universal.








Patricia Porteros

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Sueños que son clases magistrales

Sueño I: El chamán de mi pequeña ciudad

“Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: el despertar
Antonio Machado

Procuro comprender que el tiempo es para vivirlo y no para entregarme a sus grilletes. También hago el ejercicio diario de apreciar los pequeños detalles que tejen la cotidianidad y de los que, dicen, irradia la felicidad.
 Analizo mis preocupaciones, traduzco mis problemas, y sí, hay veces que mi mente descansa y vuelvo a comprender que en realidad no existen, que todo marcha como debe ser a pesar del caos que aparenta ser la vida y de las emociones que florecen como consecuencia, precisamente, de vivirla.
Aún así, todos sabemos lo difícil que es permanecer en esa perspectiva siempre. Y de vez en cuando, no está mal pedir una pequeña ayuda cuando todo se nos desmorona.


-Me estoy perdiendo algo…- pensé cuando llegué a casa-…siento un poco de tristeza, un poco de melancolía y estoy enfadada con una parte de mí o del mundo en general y esa ofuscación se mezcla con muchísimos matices emocionales más que no sabría ni cómo nombrarlos. Tengo tantas cosas que hacer y ¡no sé por dónde empezar! Ni si quiera sé si quiero empezar.

Evidentemente, me estaba pre-ocupando de mil cosas innecesariamente. Bloqueada y rendida me tumbé en la cama no queriendo saber más del mundo. Si hubiera podido ver el color de mi energía, me habría inundado de gris. No quería pensar más. Cerré los ojos.


Creo que serían unos 10 o 15 minutos lo que pasó de tiempo entre mi estado de ensoñación y el sueño profundo. Y soñé algo precioso:

Me encontraba en un pequeño parque que reconocí enseguida. Era como un cuadro tridimensional, con sus personajes y sus acciones y yo, la conciencia que presenciaba todo.
Veía justo en frente de mí unos columpios. En el derecho, una niña juguetona se columpiaba con vehemencia sin querer parar, ni ceder el columpio a nadie más. En el izquierdo, un niño callado y algo más sereno se balanceaba cabizbajo y pensativo creando un movimiento casi imperceptible.

En uno de los bancos anclados en la pequeña plazoleta del parque estaba sentada una anciana de piel morena y muy arrugada. Su cabello era oscuro y canoso y lo llevaba recogido en dos trenzas. Vestía un poncho de colores terráceos y o levantaba la vista de su devota tarea: tejía con delicadeza una especie de tapiz.
Mi conciencia lo observaba todo pero también era la niña, el niño, el espacio en sí y yo misma personificada en cuanto tomé la decisión de acercarme un poco más a aquellos niños. Me senté cercana a ellos a esperar algo en concreto.

Entonces un hombre muy mayor entró en escena. Como la mujer, también tenía una larga cabellera de pelo blanco recogido en dos trenzas. Una imagen de chamán nativo norteamericano. Empezó a hablar. En ese momento no recuerdo qué explicaba pero sí sentía que lo que decía era importante para mí. El sonido de un lloriqueo me molestaba para escucharle. Era la niña. Estaba asustada y lloraba y sus balbuceos me impedían reconocer las palabras exactas de aquel hombre.
Entonces le mandé que se calmara, la cogí y me senté con ella en el columpio.

-Shhh…calla. Tranquilízate. ¿No ves que debes escuchar? ¿No te das cuenta de que no estás prestando atención?

Después de eso se calmó y las dos empezamos a escuchar. El pequeño que estaba a nuestro lado permanecía en un silencio pacífico, expectante. Mientras, el chamán continuaba explicando.

-Si queréis pasar el tiempo estáticos, hablad del Pasado. Pero si realmente queréis moveros y cambiar, no intentéis hablar del presente. Pues en el intento, os perdéis vivir lo que os ofrece…

Es una lástima que del sueño no recuerda más palabras, pero la esencia se me quedó grabada emocionalmente en mi conciencia.
Aquella escena se acabó diluyendo por la imagen de un teléfono blanco. Yo lo cogía y una voz femenina me habló sobre un ser querido mío por el que siempre estoy preocupada por alguna razón u otra. Trató de tranquilizarme diciéndome que todo iba a estar bien, que tenía que “dejarle hacer y no intervenir”.

Se volvió a diluir todo y fui despertando.

Supuse que había descansado lo justo y necesario porque me sentía fortalecida. Enseguida noté la ausencia de las preocupaciones y los nervios que me habían desesperado unas horas antes. Y en unos minutos empecé a recordar y reconstruir el sueño. Era la primera vez que consideré la importancia de ese estado, de alguna manera supe que necesitaba conservar la información.
Después de apuntar lo básico para mantener frescas las imágenes y las sensaciones del sueño, intuí algunas interpretaciones:

-El espacio: Aquel parque recreado oníricamente en mi sueño representaba un lugar especial en mi infancia. Era un lugar seguro donde yo había volcado mucha felicidad y buenos recuerdos.
-Yo: Observaba con una especie de omnipresencia todo lo que acontecía. Yo lo era todo pero también era mi persona interactuando con los demás seres y  aquellos niños presentes en la escena.
-El niño silencioso: la parte más inmutable de mí. Mi paz interior. Mi estado completo de serenidad y comprensión. Observador, callado y atento.
-Evidentemente la niña representaba todos mis miedos. Era yo misma que inquietada y encaprichada pedía a voz de grito la atención del mundo entero para sosegar y mitigar unos temores de los que desconocía su origen. Poseída por ese miedo no podía escuchar nada. Entonces yo, sabiendo que así debía actuar, la cogía para calmarla sabiendo, desde mi perspectiva, que no tenía nada que temer.
-El mensaje de Chamán era el mensaje de un maestro.
-La anciana, quizá mi parte más sabia, la que seguía creando y trabajando un camino representado por ese tapiz. Una tarea que ejercería a muy largo plazo.

Para mí fue evidente el sentido del sueño. Si bien elaboré todas esas interpretaciones un tiempo después, no me hizo falta saber la significación de aquel mensaje al momento de despertarme. Había llorado, me había quejado y sentido perdida sin saber a dónde ir ni qué hacer; posteriormente me había apaciguado y en ese estado de calma y aceptación, había comprendido lo que necesitaba para seguir trabajando. Era algo verdaderamente simple: ir haciendo, ir tejiendo  poco a poco sin esperar un final, más bien, disfrutando de la elaboración. Porque después de unos cuanto  hilos de lana entrelazados se puede ver la forma, la textura y los colores de nuestro hermoso tapiz.


Y como la vida se puede explicar con canciones:





lunes, 24 de octubre de 2011

Escuela de Paz. Evenu, Shalom, Elehem



Una revolución que la enseñanza necesita



Durante nuestra etapa escolar, si abarcamos des del jardín de infancia hasta la secundaria e incluso la enseñanza no obligatoria, habremos realizado alrededor de unas 15.300 horas de estudio de diversas materias, eso, sin contar con las horas de trabajo  individual extraescolares. Aprendemos contenidos teóricos y prácticos que deberán servirnos para llevar nuestra vida diaria, con mayor o menor diligencia, en la realidad factual en la que estamos envueltos. Nos enseñan “lo dura que es la vida” y el mundo de las diferencias. Reflexionamos sobre las injusticias y nos manifestamos en contra de la guerra pero, sin embargo,  nunca trabajamos lo suficiente el valor de querer cambiar las cosas que no nos gustan.

De vez en cuando sí teníamos la suerte de hallar a algún tutor o tutora con esencia de revolucionario que nos hablase de la posibilidad de otras realidades, del inconformismo, de seguir sueños, etc. Alguien que nos  despertaba esa inquietud que habita, desde siempre, en nosotros. (Pero no me malinterpretéis, no culpo a nadie ni a ninguna institución en general.)

Tampoco veo con ojos llorosos ni melancólicos los días que estamos viviendo. Me quedan muy lejos los supuestos buenos tiempos de los que nos hablan los mayores y no atiendo a las quejas de los que, muy pagados de sí mismos, nos miran paternalistas calificándonos de generación no comprometida y pasiva. Estoy convencidísima de que todo lo que acontece en la Tierra se está dando porque así debe ser, porque de ello algo debemos aprender. Y todas las personas, de cualquier generación, tienen un papel que interpretar en esta película.



No obstante, se nos dice desde bien pequeños: “sois el futuro”, “de vosotros depende que cambien las cosas”, “lleváis el peso de la evolución humana…”¿Pero dónde están esas asignaturas en las que juntos podamos aprender o descubrir cómo desmontar lo establecido, ir a la base de lo que está mal y arrancar cuidadosamente esas malas hierbas substituyéndolas por algo cuyo fruto sea la verdadera clave para el bienestar social común? Y la respuesta es que no están. Por eso no es suficiente. Necesitamos una educación específica para desarrollar una clase de habilidades pacifistas,  para potenciar nuestra inteligencia emocional y sobre todo, para reforzar nuestra conciencia y mantener activos nuestros “sueños de cambio”. Podrá sonar todo a utopía pero nadie podrá decir que algo así no puede funcionar porque nunca se ha llevado a cabo.

De las miles de historias que he estudiado, Prehistoria, Hª antigua, Hª del mundo contemporáneo, Hª de mi país, Hª de la comunicación, Hª de la filosofía, Hª del Arte, etc., de todas ellas,  retengo pocas cosas, escasas fechas y no muchos nombres. Y aún esforzándome por memorizar su contenido, mi mente no privilegia tener presente un pasado tan ajeno a mí. Qué se le va hacer. Mi destino nunca fue convertirme en una base de datos andante. Pero fue bueno ver que me sirvió para obtener algunas conclusiones sobre los cambios. Por ejemplo:


Frecuentemente hemos modificado el curso de la historia mediante la “iluminación” de un grupo personas concretas: Profetas, filósofos, científicos, artistas que revolucionaron el sistema de pensamiento de turno para cada caso agrietando verdades establecidas y provocando mil ramificaciones de creencias diversas como un efecto dómino.  Y de ahí que del mensaje de estas personas  se desprendiera como una especie de onda expansiva llegando a miles y miles de personas más que reclamarían ese cambio de pensamiento, de forma  vida, de estratificación social, de lo que fuera.  Pero no eran más que luces en un camino donde el resto de hombres y mujeres habían perdido temporalmente su candil.  A partir de sus voces se dieron cambios que requerían años de discusión, aceptación y asimilación: Del mito de la creación a la teoría de la evolución de Darwin o de la abolición de la esclavitud a la Declaración Universal de los Derechos Humanos; así hasta llegar a nuestros días en los que,  a pesar de haber dado millones de pasos hacia delante, seguimos notando que falta algo.

Paz en mi cultura

El hambre, los conflictos bélicos, la explotación Norte a Sur, la acumulación de recursos en menos de un tercio del planeta, el terrorismo... Es de estudiar el hecho de que esa falta de cultura de resolución de conflictos, empezando con los propios de cada individuo y acabando con los que hay entre estados, es lo que no nos permite avanzar. Es el Gran Bloqueo.
Muchos se preguntan: ¿qué más se puede hacer?

 El próximo paso hacia la evolución tiene poco que ver con nuevas tecnologías, avances científicos o recuperación económica; y sin embargo, tiene todo que ver con el trabajo de cada uno de nosotros, ser por ser que habita esta Tierra. Es la labor de llevar ese estado de paz que solemos atribuir a la NO GUERRA (error sustancial) hacia nuestro interior, el corazón. Paz es trabajar el perdón y el amor junto a la eliminación del dolor, los resentimientos, el odio; y no sólo es la ausencia de conflicto. Hay una habilidad requerida y es sentir que uno mismo puede resolver sus propios conflictos porque sabe, intuye cómo hacerlo. Esta es la asignatura pendiente y ahora no es nada fácil.

Memorizamos las fechas de los primeros asentamientos, las primeras civilizaciones, las primeras batallas; la sucesión de reyes, emperadores, jefes de estado; los procesos políticos, etc. Estudiamos mil guerras, sus causas y consecuencias. Nos enseñaron a muchos una religión, un sistema meritocrático de fe para no perdernos en el camino, un sistema moral y un modelo de ciudadanía para ser ejemplares.



Elevamos a pacifistas como Ghandi y Martin Luther King (y tantos otros anónimos) a categorías inalcanzables de seres humanos para justificar que nuestros intentos son insignificantes en vez de estudiarlos como ejes de una historia de la Paz necesaria, mucho o más que tantos otros objetos de estudio.
Se nos ha llenado la boca con esta palabra pero ¿por qué la cultura de Paz no se instaura en las escuelas y no tan sólo se queda relegada a un conjunto de manifiestos elaborados por la ONU hace ya más de 10 años?

Estamos perdidos y creemos no saber dónde está el camino de vuelta. Queríamos encontrar la paz ahí fuera, poniendo fin a contiendas lejanas, pero lo cierto es que está en casa. Está esperando a que abramos la puerta y resolvamos nuestras propias guerras.

Banda Sonora de Lost. There’s no place like home.