El Tiempo, menudo negrero. Aparentemente un señorito de
buena posición, trajeado con reloj de cuerda y péndulo, estirado, al estilo inglés. Llevando consigo,
además, un látigo de llaga certera en una de sus manecillas y en la otra, las
llaves de nuestras cadenas.
De profesión,
banquero. De tendencia política, indefinida. Capitalista de convicción,
pues acumula y acumula de segundos a siglos, de milenios a eones, sin
aparentemente tener algún fin. Hace de todos sus esclavos para sacar máximo
partido a su existencia. Ningún hombre o mujer, por muy alto que se sitúe en la
escala social, se puede acercar a un atisbo de poder que el Tiempo lleva
consigo.
Hoy por hoy, me da la sensación de que desde que encarné en esta vida, mi madre me diera
a luz y me entregara al mundo, tengo un
reloj en mis entrañas que me recuerda a cada instante que estoy aquí por algo,
que no sé el qué, y que tengo un tiempo limitado. Esa es una verdad que me
apremia constantemente. El tic-tac es un latido que preludia algo. Pero ese
latido no sería un augurio de no ser por el miedo colectivo que se crea a “perder el tiempo”.
Pero. ¿cómo perder algo que no nos pertenece?
Últimamente siento ese palpitar aún más intensamente. Siento
casi ansiedad. Me despierto y me levanto de mi cama rápidamente pensando en los
muchos minutos que estoy desperdiciando; desayuno corriendo y sin apreciar lo
que estoy comiendo porque ¿para qué contemplar lo que ingiero por la boca?
Hoy escuché una voz dentro de mí mientras me quejaba de todo
lo que tenía que hacer aún teniendo tiempo libre a un 90%. “El tiempo no es
para regalarlo, el tiempo es para ti. No por tener más tiempo tienes que
empezar a repartirlo como una loca a los demás mientras a ti te queda poco para
tomarte la vida con calma. Respirando consciente, caminando consciente, riendo
consciente, llorando consciente, comiendo consciente, lavándome los dientes
consciente, peinándome consciente…en fin, hasta ir al lavabo consciente”, todo
ello sería tomarse un poco la vida con calma, apreciarla en cada momento de mi
tiempo, mi gran tesoro.
Vamos, que a fin de cuentas, soy yo misma la que me pongo
unos grilletes para evitar estar sin ocupación alguna. ¿Qué pasa cuando no
tienes ocupación? Que respiras tranquilo, que puedes encontrarte con la inusual
calma de estar contigo mismo, reconocerte, valorar todo lo que has hecho hasta
ese justo momento en el que te tumbas en la cama, te rascas la barriga, y
piensas: “¿Quién soy?”. Eso nos aterra, preferimos no tener tiempo.
No, el Tempo no tiene la culpa de ello. El tiempo es la gran excusa, como la distancia o la lejanía; como el tamaño, la fuerza, el volumen...Todos ellos sexuados y reproducidos en fórmulas que paren energías, movimientos, otras fuerzas. Por el tiempo, vivimos en la tierra guerreando y corriendo y nos dan ataques de ansiedad pensando que no tendremos nunca lo suficiente para sobrevivir aquí.
Bah, el tiempo es un mindundi, poca cosa más que un diplomático que media entre tener la vida y no tenerla para experimentar. Y todo lo demás, son invenciones nuestras.
El tiempo, majestuoso y señorial, cáustico e imparcial, se
merece lo que tiene. Segundos que dan vida y segundos que la quitan.
"Omnes vulnerant. Postuma necat"
Patri.