viernes, 18 de marzo de 2011

Qué vemos, qué hacemos "Ante el dolor de los demás"



“ Nosotros –y este nosotros es todo aquel
Que nunca ha vivido nada semejante padecido por ellos-
No entendemos. No nos cabe pensarlo”
Susan Sontag, Ante el dolor de los demás.

Siglo XXI: imagen, reacción, asimilación.



Me resuenan en el oído los reutilizados adjetivos de Pedro Piqueras,(caricaturizado hasta la médula, lo que me ha hecho reír bastante), que suele emplear para describir las situaciones más nefastas que vemos usualmente en los telediarios. “Catastrófico”, “horripilante”, “estremecedor”.  
Pero el pasado 11 de marzo, millones de personas visionaron imágenes que bien podían atender a esos adjetivos. Recibimos muchísimas imágenes y filmaciones sobre el efecto devastador de este fenómeno. Era inevitable que éstas provocaran algún tipo de emoción, por ínfima que fuera, en aquellos que las vimos.



Podemos verlo pero no entenderlo  
“¿Qué hiciste para ayudarla?”: Es lo que le preguntaron a Kevin Carter, fotógrafo sudafricano, después de recibir el premio Pulitzer por una dramática fotografía que  realizó en una aldea sudanesa en 1993 que muestra a una niña en evidente estado de desnutrición siendo acechada por un buitre.
Es sin duda un caso para debatir en muchos sentidos dentro y fuera del mundo del periodismo (un debate que, sin embargo, no ha surgido en todo lo que llevo de carrera, ni siquiera en la asignatura de fotoperiodismo).
Tras una larga época de aluvión de críticas, sumando todos los conflictos personales que pudiera tener Carter, decidió suicidarse en 1994.
Apartando las teorías que han surgido desde la realización de aquella fotografía y los rumores sobre la propia vida del periodista, parece ser que esa auguradora pregunta pudiera provocar en él un despertar. Me refiero a esa clase de despertar que se suele experimentar cuando, durante demasiado tiempo, hemos padecido un estado de ceguera o de anestesia emocional. Como reportero de guerra, Kevin Carter había captado demasiadas escenas con el objetivo de su cámara, tan duras como para traumatizar a una persona para el resto de su vida. Lo que se deduce con el tiempo cuando uno observa las condiciones de este oficio desde fuera (como estudiante en este caso) es que se llega a la conclusión de que uno debe estar en menor o mayor grado insensibilizado para seguir enviando al mundo imágenes tan aberrantes como la de la niña. Hay que estar “automatizado” para saber captar la trascendencia que tendrá una imagen cuando se presenta la oportunidad. Y si quedan resquicios de ética, pensar en si servirá para cambiar las circunstancias de las situaciones más desfavorables; si no se tiene, sólo faltará proyectar con ambición el éxito de ganar un Pulitzer.
En este ensayo, Ante el dolor de los demás, Susan Sontag hace una reflexión completamente argumentada, elocuente y realmente necesaria sobre el efecto de la fotografía como documento ilustrador de la devastación de las guerras. Va más allá incluso. Estudia la nueva realidad en la que nos encontramos respecto a ello: consumimos diariamente grandes dosis de violencia y somos testigos, en tercer grado,  de los conflictos bélicos y de la desolación que viven millones de personas en el mundo. Y lo podemos visionar todo a través de los medios de comunicación y éste es un hecho que inevitablemente cambia nuestra percepción sobre las cosas y las emociones que nos puedan provocar.
Sontag nos recrea escenarios de muchas de las contiendas que se hayan dado en la Tierra. Desde las batallas de Crimea y la Guerra de Secesión al trato de las imágenes del World Trade Center pasando por las guerras en Chechenia, Bosnia, Kósovo, Sudán, Ruanda. La Primera y Segunda Guerra Mundial son dos pasajes históricos en los que la autora se para a reflexionar en más de una ocasión. “El conocimiento de la guerra entre la gente que nunca ha vivido es en la actualidad producto sobre todo del impacto de estas imágenes”: es una de las afirmaciones más certeras de Sontag y con ella intenta explicar en verdad nunca podremos llegar a imaginar cómo se vive una guerra.
En sus 9 capítulos el libro nos conduce a una serie de planteamientos que en esencia, se basan en la naturaleza del hombre para entender o no el dolor de los demás.
En la primera parte, la autora nos introduce la atrevida cuestión, a través de palabras de Virginia Woolf, de que son los hombres los que emprenden la guerra. En posteriores capítulos destaca el papel tan importante que ha tenido la fotografía (imagen) en la batalla propagandística de cada una de las guerras; cita con especial relevancia el caso de la Guerra Civil española y el eco que tuvo aquella fotografía de Robert Capa de la muerte del militante republicano. También expone algunos ejemplos de la historia en los que un suceso no ha tenido la debida trascendencia precisamente por la falta de material fotográfico o escasa capacidad dramática de las imágenes disponible.
“El problema no es que la gente recuerde por medio de las fotografías, el problema es que la gente sólo recuerda las fotografías.” Sin duda, Sontag crea de una forma especial, sin exhortaciones evidentes, ni juicios ni prejuicios,  puntos clave para reflexionar sobre todas las funciones y consecuencias de las imágenes.

Ante el dolor de los demás es en definitiva un ensayo sobre las emociones que evocan las imágenes de dolor y un necesario planteamiento: ¿Seguirán las fotografías sobre guerras, hambrunas, injusticias, etc. causándonos conmoción?
Por una parte, es inevitable que el ser humanos se acostumbre a tolerar las imágenes de dolor, si es posible adaptarse al sufrimiento psicológico y físico, cómo no lo sería para el dolor ajeno. Sin embargo, quizá acostumbrarse sólo es posible si dejamos de estar alerta durante un tiempo. Si cerramos los ojos y entramos en ese estado de “anestesia emocional” que antes citaba. A Kevin Carter, alguien curtido y supuestamente insensibilizado para seguir en su oficio, le llegó el momento de ver la “el dolor de los demás” y el suyo propio. Siempre habrá imágenes que nos harán despertar y modificar, intencionadamente o no, nuestra conducta.
Otra idea llena de verdad a la que recurre Sontag es que por más que sintamos miedo, angustia, compasión por los demás tras ver la fotografía o secuencia de una escena de guerra, nunca llegaremos a sentir lo que las personas que lo viven experimentan a ras de piel. “Nosotros” somos el espectador.
Por último, una extensa cita más: “No podemos imaginar lo espantosa, lo aterradora que es la guerra; y cómo se convierte en normalidad.” Es lo que cada soldado, cada periodista, cooperante  y observador independiente que ha pasado tiempo bajo el fuego, y ha tenido suerte de eludir a la muerte, siente con terquedad.. Y tiene razón.”