jueves, 11 de noviembre de 2010

With words unspoken

La experiencia del Blues
Entró en aquel bar seguro de sí mismo y tan apuesto como siempre, no se percató de que la cantante solista bebió de un solo sorbo una copa de vino ni de que dos mujeres sentadas en el fondo de la salita le observaban divertidas.
Llevaba como ningún hombre ha sabido tener, una gracia sensual y portentosa que aunque no quisieras prestar el más mínimo de atención, acababa por hacerte volver la mirada hacia él. Vestía con suma elegancia un traje de lino blanco con chaleco y un sombrero a juego que posó enseguida en el respaldo de la silla antes de escoger el diamante que le tocaba esa noche.
Mientras, la solista empezó entonar una melodía. Con voz melosa pero firme cantaba las primeras estrofas. Una guitarra acústica le seguía. Muchos ojos se clavaron en ella, pero no los que ella precisamente quería; por un momento todo quedaba suspendido: incluso parecía que las olas de humo que ondeaban sobre las cabezas de los asistentes se paralizaran. Empezó entonces la percusión, como si fueran ritmos tribales mezclados con una sensual melodía cuyas notas escondía más pasión y dolor que otra cosa. Algunas parejas bailaban frente al escenario, muy pegados, con las cabezas apoyadas en los hombros del otro. Las sensaciones que transmitía la canción se iban colando una a una por los poros de la piel.

El carismático hombre  se levantó haciendo un movimiento gracioso con su chaqueta  y se dirigió a la mujer más bella. Una mujer de melena rubia platino. y
encorsetada en tafetán rojo. Estaba sentada en la primera fila de mesas, sola. Su acompañante, seguramente un mafioso venido en gracia hablaba de negocios con sus colegas en la sala contigua. Y puro tras puro, ella había ido apagando su fulgor.  Era una opción arriesgada.

Se agachó para cogerle la mano y besarla y arrastró todo el perfume de galantería hacia ella. La mujer no pudo resistir y enseguida apareció una sonrisa deslumbrante entre carmín del más peligroso calibre.
Justamente en ese momento, la solista cerraba los ojos. Le hería aquella escena, le hería la letra de la canción y sentía que su corazón se hacía más grande que su pecho. Intentó sacar fuerza de donde fuera y arrancó en el estribillo con una tremenda voz desgarrada y sentenciadora. Posando determinantemente sus ojos en él. Su pasión desembocó en un solo de extrema agudeza que sólo podía alcanzar con esa desesperación.

Su pelo negro brillaba bajo el foco central, lo llevaba recogido pero unos rizos cayeron en su rostro. Su vestido, de seda negra dormía sobre sus formas entornadas. Pero el caballero sólo tenía ojos para su nuevo hallazgo. Había olvidado por completo quién era aquella mujer que le deleitaba con una bonita canción.

Pero la solista recordaba cada detalle de su encuentro en el pasado.
Si su boca susurraba palabras seductoras al oído, ella lo sentía; si las yemas de sus dedos recorrían su espalda, ella lo sentía y si su cuerpo fuerte y formado le conducía hacia otro lugar de ensueño, también lo sentía. Era como si lo estuviera viviendo otra vez.
Dos lágrimas avanzaban mientras pronunciaba aquellas sinceras y auténticas palabras: “Tonight with words unspoken.
And you say that I'm the only one, the only one, yeah. But will my heart be broken. When the night meets the morning star?”
Él miró un instante hacia la solista, y la vio llorar. Y sintió como si le hubiesen dado un golpe en el estómago.. La canción acabó.
Él y su diamante dejaron aquel lugar.

La solista tenía un nudo en la garganta, no podía seguir, no con ese dolor. Dejó en su puesto al micrófono solitario, su más fiel amigo. 

Vomitó el engaño, la pena y la autocompasión. Encerró su miseria en una maleta de piel y se marchó a un lugar entre la nada y el desierto, sobre el abismo y bajo el cielo.

Patricia Djembé


Foto: Pintura al óleo preciosa de cuyo autor/a desconozco el nombre

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