viernes, 11 de febrero de 2011

Ni se crea, ni se destruye



Ni siento que no estés
Ni pienso que me dejaste
Ni pasa un día que no  te recuerde
Ni pasa un día que no te ame

como la energía que somos... 






Akenya Djembé

"Tears in heaven"

Time can bring you down,
 time can bend your knees
time can break your heart,
 have you begging please...
Beyond the door there´s peace I´m sure
and I know there´ll be no more tears in heaven...

Y esto es lo que reza la canción de Clapton: él sabía que hay un lugar, un espacio y un tiempo, donde no habrá más lágrimas que llorar.
Quién sabe el profundo dolor que él podía sentir tras los versos de Tears in heaven. Cuando alguien marcha, la pérdida puede llegar a ser insoportable al poco tiempo; quizá en los peores momentos de nuestras vidas podamos volver a sentir esa carga de dolor que, de tan pesada, incluso hace doler el corazón.
Si a eso le añadimos el correspondiente cóctel de sentimientos, los matices del sufrimiento se diversifican: puede haber un sentimiento de culpa; un sentimiento de pérdida (en el sentido puro de posesión); también suele haber nostalgia inmediata por saber lo que ya no podrá ser, lo que no volverás a compartir con aquella persona; puede haber rabia, puede haber frustración e impotencia y puede haber incomprensión; puede haber algo de locura o impasividad. En definitiva…los sentimientos son infinitos, hay de algunos que ni siquiera tienen nombre.

Pero el motivo por el que hoy escribo esto es porque tengo ganas de decir que en esta vida no perdemos nada, básicamente porque no tenemos nada ajeno. Lo único que tienes realmente es a ti mismo. Es difícil aceptarlo y también paradójico porque a la vez que sufres por los demás, por lo que pueda sucederles a tus seres queridos, el dolor es tuyo y la vida, de los otros. Con frecuencia escucho “a mí la vida me ha quitado esto, se me ha muerto, Dios se me ha llevado…”.  Nuestra naturaleza, nuestro ego interior, nos hace sentir  que las vidas ajenas pueden ser algo propio. Pero ni tan sólo una madre posee la vida de su hijo. Evidentemente aparece un profundo dolor pero la vida y la muerte se suceden cada día de forma natural, impredecible, imparable. Y cuando se muere un ser al que apreciamos, no debemos dejar de caminar. Si bien hay que hacerse más fuerte para llevar un poco más de peso en el habitual cargamento de tristeza asignado a cada ser humano, no podemos dejar que éste nos supere porque eso ería perder parte de nuestra vida, de lo que somos. Y como ya he dicho, nuestra vida es lo único que realmente no podemos perder mientras estemos vivos.
Todo ello no quita que el amor volcado sobre un ser pueda ser infinito, que podamos llegar a amar desinteresadamente a otra persona y que podamos tener esa honorable y épica sensación de poder dar la vida por ella. Esa es la grandeza del amor, lo único que ha hecho que el ser humano no se destruya por completo, y el único motor del cambio. Es así, sólo cuidamos las cosas si les tenemos algún tipo de afecto…
Pero avante con la hazaña de seguir luchando por sentir que queda mucho por hacer y disfrutar de vida, un “derecho fundamental” dicen nuestras constituciones. Para mí, que no debería hacer falta constatarlo.

Las lágrimas, tarde o temprano se acaban.