miércoles, 10 de noviembre de 2010

La magia del Arlequín

La magia existe. Es una dimensión entre lo que percibimos como mundo real y lo que entendemos como mundo imaginario. Es exactamente un encuentro entre lo que sentimos de verdad y lo que no podemos ver, escuchar o palpar.
Esto es lo que aprendieron los protagonistas del siguiente cuento, unos niños que, al hacerse mayores, se olvidaron de jugar.

Los tres hechizos
Todo sucedió en la pequeña ciudad de Niqueral. Un buen día, un anciano que se dedicaba a la venta ambulante de juguetes llegó con su destartalado carruaje a la tranquila ciudad. El hombre iba disfrazado de Arlequín, hecho por el cuál llamaba la atención de todos los visitantes. En las letras de su peculiar vehículo se podía leer: vendo magia e ilusión. Aseguraba que era un gran mago. Los adultos sólo le dedicaron miradas de desaprobación y de desprecio y se rieron de él. Pero ¿qué se podía esperar de una gente que sólo podía vivir para el trabajo? Ricos y pobres compartían la misma carga.
No era así para los jóvenes, él sabía que los más pequeños tenían un poder inigualable para efectuar su magia: la ilusión. Niños de todas las edades fueron a recibir al estrafalario vendedor que, mientras enseñaba sus juguetes y extrañísimos objetos de dudosa utilidad, se quedaban boquiabiertos con la pericias que demostraba el Arlequín para encantarlos. Ese fue su primer hechizo de magia.
En un principio eso fue todo, porque ninguno de los niños podía comprarse nada. Todos provenían de familias muy pobres e incluso muchos de ellos tenían que trabajar. Pero el entusiasmado Arlequín no se conformó con hacerles pasar un buen rato soñando y riendo. Y entregó a cada uno de los niños, uno de sus maravillosos juguetes artesanales. Y antes de partir, entregó el juguete más especial, un arlequín sonriente, a la niña más pequeña. Sabiendo que ella guardaría en el muñeco, con la magia más pura, todos sus deseos, sus recuerdos e ilusiones. Y esperó y tuvo fe en que los niños nunca dejarían de jugar, que no olvidarían esa magia que él les había otorgado y que algún día ellos serían capaces de transmitir. Y decidió así que ese fuera el segundo hechizo.
Contento, feliz y con una gran sonrisa en su rostro de Arlequín, el anciano se marchó en busca de otras ciudades y no volvió jamás. En Niqueral, pasaron los años. La ciudad creció, los negocios prosperaron. Las familias dejaron de ser tan pobres, pues podían tener de todo y los niños poseían más juguetes. Pero cuanto más tenían, más corta era la relación mágica entre esperar y tener. Ya nadie quería tener muñecos viejos y hechos a mano, todos querían los más nuevos, aunque fueran todos iguales. Eran tantos los años que pasaron y la diferencia entre los juguetes que se convirtieron en una reliquia, un objeto más de valor para poseer.
Tal fue así que una noche, la élite de los más adinerados de Niqueral organizó una gran subasta para vender los maravillosos juguetes que un día un viejo vendedor de muñecos artesanales regaló a sus abuelos. Se celebró en el palacio del Ayuntamiento, con la presencia de las personalidades más ilustres de la ciudad.
Pujaron sobre precios elevadísimos para poder obtener un juguete. - ¡1500!... ¡2.700!... ¡5.000!...Adjudicado! Pero esos juguetes sólo fueron confeccionados para jugar y algo inimaginable sucedió aquella noche. Justo cuando el reloj marcaba las doce en punto de aquel sábado, se vendió una de las piezas más valiosas: el arlequín. Segundos después, los participantes de aquella perdieron la conciencia y se transformaron en aquel juguete que compraron. Perdieron su memoria, su identidad y sólo podían reconocer una cosa: tenían que jugar.
Estaban castigados a vivir un mismo día hasta que entendieran y reconocieran la lección. Entonces, en cada a amanecer las personas se despertaban como juguetes; el palacio se convertía en una gran sala de muñecos y al caer la noche, cuando se celebrara la subasta volvían a ser de carne y hueso. Sólo uno de ellos, se percató de que algo extraño sucedía y era el juguete del Arlequín; tenía la clave para desentrañar ese misterio e iba escribiendo en un diario lo que descubría cada nuevo día pero se olvidaba, necesitaba ayuda. Así pasó mucho tiempo, hasta que una tarde, unos niños guiados por el diario que hallaron por casualidad, entraron en la gran sala de muñecos. Después de hablar con el Arlequín, tomaron como su propia misión el poder deshacer el hechizo que les había transformado. Y la noche de aquel mismo día, gracias al entusiasmo y la esperanza que todos ellos volcaron, pudieron evitar que el muñeco del Arlequín fuese adjudicado y condenado a no ser más que un objeto inservible. Todos los participantes de la subasta despertaron del ensueño y por fin lo entendieron: los juguetes sólo debían servir para jugar. No sólo volvieron a ser personas, también volvieron a ser niños. Retornó la magia de los recuerdos, la ilusión y la fantasía. Ese fue el tercer hechizo que quiso crear el Arlequín.

Fin

Patricia Djembé

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